¿Cuál es el colmo de huir de la ciudad y venirse a vivir a la montaña? Quizás que tus vecinos del frente tengan la costumbre de poner música a todo volumen en cualquier momento. Lamentablemente es lo que me pasó a mí hace 4 años.
Cuando esto sucede entre semana no me queda más que llorar por dentro pues tengo que trabajar y, como ellos han hecho caso omiso por años a los ruegos de la familia que vive a su costado, yo nunca les he expresado mi molestia explícitamente. Sin embargo, a veces el sábado pierdo el control y respondo de la misma manera pero no con reggeaton o rancheras, sino con metal.
Luego no puedo evitar sentir un poco de vergüenza no solo con ellos, pues hasta ahora me he llevado bien con cada uno, sino también con los demás vecinos y con los caminantes que puedan haber pasado por la trocha que separaba aquella guerra acústica. El domingo se pasa silencioso y me pregunto si por lo menos habrán reflexionado, hasta que arranca la semana y de pronto comienzo a ilustrarme de nuevo con algún género musical que nunca he explorado por voluntad propia y cuyos decibeles van aumentando gradualmente y se mantienen por horas a más no poder.
Pues resulta que el domingo se habían ido a visitar a algún pariente casi todo el día. Entonces la vergüenza da paso a la frustración.
Mi única esperanza es la sofisticada casa que se está constuyendo a su otro costado pues quizás ya con la presión de tres vecinos inmediatos descontentos por fin renuncien a ese extraño hábito.