Cuando los guachimanes empezaban a propagarse en San José se entendía que eran personas muy necesitadas que aceptaban la cortesía de aquellos que quisieran ayudarles con unas monedas a cambio de un servicio que no se espera y que casi siempre está de más. Entonces se veían estos señores en lugares muy concurridos o en eventos especiales, sin embargo ahora hay uno permanente en cualquier esquina.
Por ejemplo, el parqueo de los locales donde se ubica la oficina donde trabajo, en Curridabat, tiene capacidad para unos ocho o nueve carros para los visitantes que acuden sobre todo al restaurante de la esquina, y es capaz de generar el sustento del guachi que asiste puntualmente a las 9 de la mañana desde Barrio Lajas de Escazú, todos los días excepto sus lunes libres. El año pasado fue uno de los afectados indirectos de los derrumbes en ese vecindario y entonces se incapacitó como por dos semanas.
La cosa es que cuando queda satisfecho con lo que un ciudadano al volante le da al irse de su parqueo no dice nada, pero cuando no, se queda insultándolo y maldiciéndolo como a un criminal, y más si anda en un carro de lujo. Si supiera que mientras él se desahoga de esa forma conmigo, yo por dentro le aplaudo al chofer que se va sin hacerle caso, cada vez que se da una escena de esas cuando salgo a fumarme un cigarrillo.
No sé por qué los dueños de los comerciales los adoptan si pueden ser tan molestos para muchos clientes. En este caso particular, inlcuso le dan un pequeño salario y le asignan ciertas tareas de limpieza y de jardinería. De manera que una vez a la semana el guachi se pone a lavar las aceras con una escoba y con aquella manguera que acaudala la cuneta sin cesar como por una hora. Ese crimen ecológico es una de las escenas que me disguntan, pero no creo que sea posible lograr que él considere que esté haciendo algo malo, aunque yo le haya hecho la observación la primera vez.