Desde que traje a un cachorro a vivir conmigo, hace casi cuatro años, le enseñé a mantenerse afuera de mi cuarto aunque me siguiera a cualquier otro rincón de la casa. Yo pensaba que había entendido que no tenía permitido cruzar ese umbral bajo ninguna circunstancia y que respetaba mi voluntad incluso cuando no estoy, pero anoche lo descubrí con las manos en la masa.